¿Buscas soluciones? Están a 2 metros a la redonda.

Hace muchos años comencé a descubrir cómo, cada vez que estaba buscando elementos para solucionar mis problemas y dificultades, en la inmensa mayoría de las oportunidades, por no decir que siempre, la pieza clave de la solución se encontraba más cerca de lo que me hubiera imaginado. La sabiduría popular me daba pistas al respecto en remedios tradicionales tales como que «cuando uno es picado por una abeja, se debe frotar 3 hojas de diferentes hierbas recogidas del lugar donde uno fue picado», o que olvidemos que «la hierba más verde parece estar al otro lado de la cerca» queriendo señalar que el contexto en el que uno se mueve contiene los ingredientes necesarios para reparar lo que se ha descompuesto.

Y es que lo único que hace falta es precisamente ampliar la mente, no necesariamente el espacio. Los recursos provienen del interior. Con el tiempo me fui habituando al hecho de que si algo faltaba, yo debía ser muy observador y buscarlo cerca a donde me encontraba. Lo sorprendente es que, en efecto, en la inmensa mayoría de las veces, cerca, muy cerca a mi se encontraba la persona que se necesitaba, la oportunidad ideal, el recurso preciso, incluso en casos de arreglos caseros o durante una cirugía compleja, esto era la constante.

Esta reflexión contiene un elemento común que es la propia persona en busca de la solución. Dice Ortega y Gasset que «yo soy yo Y mis circunstancias» a ello agrego que no sólo soy yo y mis circunstancias, también hacen parte de la fórmula, mis decisiones: ¡¡¡Yo soy yo, mis circunstancias y mis decisiones!!! ya que tomo las decisiones de acuerdo con el entorno que contribuye con piezas clave. El resto es, armar las piezas, actuar y poner de sí mismo lo que esté al alcance.
Todo ello corrobora el viejo adagio que invita a que «no me preocupo por las cosas que tienen solución, porque tienen solución; y no me preocupo por las que no tienen solución, porque precisamente no la tienen». De modo que la tarea inmediata, luego de evaluar el problema, es ocuparse buscando la solución, resolver, establecer los elementos necesarios, tomar las decisiones más apropiadas y actuar.

Ese es precisamente el reto: ¿qué elementos hacen falta? ¿cómo puedo proyectarme hacia la mejor solución? y en la toma de decisiones ¿cuál sería la más acertada?

Para comenzar, tomar decisiones no siempre es tan racional como parece. Dan Ariely en su libro «Predeciblemente Irracional» nos muestra cómo en muchas circunstancias de la vida, nuestras decisiones se toman de manera automática y prácticamente irracional ya que se desprenden de respuestas programadas en nuestro sistema primario y que no son otra cosa que respuestas a nuestras necesidades básicas, las cuales podríamos llamar «instintivas»; fruto de una intensa programación social, nuestra actividad se restringe muchas veces por miedos aprendidos, por incapacidades impuestas de manera invisible desde la más temprana infancia, férulas de pobres merecimientos ficticios, de debilidades autoimpuestas y de miles de condicionamientos que nos cierran la mente y nos promueven la necesidad de que otro supla nuestra deficiencia, entregando el control la inmensa mayoría de las veces a un tercero, a un externo, al gobierno, a los bancos, a la pareja, al sistema educativo, en suma, a cualquiera menos a nosotros mismos.

Somos enteramente capaces de ser felices a nuestras anchas si tan solo recordamos que la solución está siempre a nuestro alcance y que aquellas pocas cosas que no tienen verdaderamente una solución, son piezas esenciales para la resolución de otras situaciones a otro nivel. Es decir, no justifica por nada perderse en un por qué. Más vale un para qué y una observación juiciosa y paciente.